Son las insignificantes manecillas del reloj las que nos torturan
para decidir cuáles serán las dagas que se irán clavando lentamente en nuestra alma... moldeándonos como trozos de barro
insignificantes mediante desgarros
de sentimientos y emociones.
Y así, conseguir convertirnos en simples jirones que apenas deterioran la tela en la que se pincela nuestro
vacilante universo, tal y como podemos llegar a concebirlo cada uno de
nosotros.
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