Mientras me ayudaba a acostarme, su pelo rozó mi mejilla.
Pensé que no quería perderla, pero era incapaz de discernir si ese pensamiento surgía de mi conciencia o si emergía de algún viejo recuerdo. Había perdido demasiadas cosas, me encontraba demasiado cansado. Sumido en la impotencia, sentía cómo mi conciencia se iba alejando poco a poco. Me asaltó una extraña sensación de disgregación, como si mi conciencia fuera elevándose mientras mi cuerpo intentaba detenerla con todas sus fuerzas. Y yo no sabía con cuál de los dos debía quedarme.
Entretanto ella apretaba mi mano.
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